domingo, 12 de abril de 2009

El placer del roce

Te encuentras en medio de una aglomeración humana, ya sea metro, autobús, manifestación, concierto, discoteca o similar. De pronto, notas algo duro, caliente y resbaladizo frotándose contra tus nalgas. Pero la masa se mueve y no puedes hacer nada, ni siquiera girarte para ver la cara de tu agresor. Estás siendo víctima de un froteurista.

El froteurismo (del francés frotteurisme) es el deseo o conducta recurrente de tocar o frotar el cuerpo de otra persona desconocida sin su consentimiento. Dicho así suena simple, pero si desempolvamos el clásico Libro de la vida sexual (Ediciones Danae, 1967) del psiquiatra Juan López Ibor, veremos que es algo bastante más complejo: "En el frotteur se hallan en primer plano las percepciones táctiles, el sentir directamente contra su propio cuerpo otro cuerpo humano vivo, desconocido y en movimiento, su calor, su figura, etc. El frotteur busca aproximarse a un partenaire casualmente encontrado para rozarse contra su cuerpo".

Se trata, en cualquier caso, de una práctica vieja como el mundo. Ya en 1886, el doctor Richard von Kraff- Ebing, pionero de la sexología y la medicina forense, apuntó varios casos de lo que él llamaba "frotismo" en su libro Psychopathia sexualis, por ejemplo el de Z, un rico funcionario viudo con una singular debilidad: "Durante años había sentido el impulso de adentrarse entre la muchedumbre de iglesias, teatros, etc., de arrimarse a las mujeres por detrás y de manipular el bulto posterior de sus vestidos, lo que le producía una eyaculación y un orgasmo. (...) Aunque sabía que dicho acto no estaba bien, Z no era capaz de aguantarse. Sólo lo excitaban las mujeres por atrás y se veía obligado a buscar oportunidades para frotarse contra ellas. (...) Poco le importaba si la mujer era vieja o joven, hermosa o fea. Desde que esto había comenzado, las relaciones sexuales naturales dejaron de interesarle y sus sueños se poblaron de escenas de frotismo".

Tipos de froteuristas


Los froteuristas son casi siempre del género masculino y hay tantos tipos como individuos, pero a grosso modo podríamos clasificarlos en cuatro grandes grupos:

-Exclusivos: sólo consiguen excitarse practicando froteurismo.

-No exclusivos: son capaces de tener relaciones normales y suelen tener pareja, pero a veces practican su vicio.

-Parciales: sólo rozan un poco a su víctima, para excitarse, y luego rematan (o no) la faena en casa recordando la situación.

-Completos: son más insistentes en su roce y tratan de llegar al orgasmo.

-Selectivos: eligen mujeres de unas determinadas características, algunos incluso las prefieren acompañadas que solas.

-No selectivos: lo importante para ellos es frotarse contra un ser humano vivo y les da igual la edad, el aspecto físico e incluso el sexo de su víctima.


Aunque muchos sexólogos afirman que el froteurismo es más propio de adolescentes o, como mucho, veinteañeros, la experiencia demuestra que los froteuristas suelen ser señores de avanzada edad (60 para arriba) que vagabundean por calles y plazas y, cuando ven una aglomeración, se acercan a las mujeres para rozarlas con la zarpa o frotarlas el paquete. Estos señores no son, por regla general, selectivos, y se rozan contra lo que se les pone a tiro, da igual que sean hombres, mujeres o niños, aunque sienten debilidad por las adolescentes de buen ver.


Los froteuristas suelen vestir pantalón preferentemente sin ropa interior, algo en la mano para ocultar su virilidad si es sorprendido y, en ocasiones, una videocámara para grabar sus fechorías y luego masturbarse en casa. Estas personas no suelen ser denunciadas y a veces cuando se les enfrenta responden mal.

Los lugares más afectados por el froteurismo son, por supuesto, los focos urbanitas más superpoblados. En ciudades como México o Tokio, donde los transportes públicos son latas de sardinas, el froteurismo se ha llegado a convertir en una costumbre tan extendida que han tenido que colocar señales prohibiéndolo e incluso se han habilitado vagones "sólo para mujeres". No es una medida exagerada: dos tercios de las usuarias del metro de Tokio entre 20 y 30 años aseguraron haber sido molestadas en los vagones y la situación se había vuelto muy incómoda.

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